Implementación del maíz
Las elecciones que se hagan desde la fase de implementación del maíz y a lo largo del ciclo de cultivo (fertilización, riego, cosecha) son determinantes para la puesta en marcha de la productividad y el mantenimiento de su potencial hasta el final del ciclo.
Itinerario técnico
El maíz, una planta de gran versatilidad, se caracteriza por un ciclo breve y un alto potencial por hectárea. En Europa, si se reúnen las condiciones, es habitual que su rendimiento supere las 10 toneladas por hectárea. Su rendimiento se debe a un metabolismo muy eficiente.
El maíz pertenece a la familia de las plantas C4, como el sorgo o la caña de azúcar, lo cual le confiere varias ventajas por lo que se refiere al uso de insumos (agua y nitrógeno) y una capacidad espectacular para producir biomasa en un plazo de tiempo que rara vez supera los 7 meses.
El ciclo se desarrolla en dos fases. La primera tiene lugar entre la siembra y la floración. En esta fase, aparecen elementos de la planta como las hojas (para captar la radiación solar), las raíces (para los elementos minerales y el agua) y los órganos reproductores masculino y femenino. La segunda etapa es la fase del llenado de los granos, de la continuación de la actividad de fotosíntesis y la transferencia a la panocha de las reservas acumuladas.
Fechas de siembra del maíz
La elección de la fecha de siembra puede suponer hacer alguna concesión. Sin embargo, es necesario fijarse el objetivo de «ocupar lo antes posible» el suelo en el contexto climático correspondiente para que la variedad elegida pueda expresar todo su potencial. El suelo debe estar lo suficientemente caliente pero no reseco. Se considera que una temperatura entre 6 y 8 °C (por lo general, a partir del 1 de abril en el hemisferio norte) es la temperatura ideal de germinación. Cabe señalar que, en función de los tipos de suelo, la capacidad de calentamiento varía a causa del fenómeno de la radiación absorbida en la superficie.
Por lo que se refiere a la preparación del suelo antes de la siembra, debe crearse una estructura favorable para el enraizamiento y el brote, es decir, disponer de un suelo que sea lo más homogéneo posible con la cantidad suficiente de tierra fina. A continuación, el grano debe entrar en contacto con la humedad y mantenerse en condiciones de suficiente ventilación. En cuanto a la profundidad, la regla es sembrar con una profundidad superior a los 4 o 5 cm para que el grano pueda evitar el hielo, la sequía y los pájaros. No obstante, no deben superarse los 9 cm para que el grano no agote sus reservas antes de salir a la superficie. Además, si permanece demasiado tiempo en el suelo, estará más expuesto a los parásitos.
Tres elementos que cabe recordar en función de las situaciones:
1. En el caso de suelo seco en la superficie, se siembra o bien en la superficie en el suelo seco, o bien a profundidad en el suelo más húmedo.
2. En los Chernozems del este de Europa, el suelo de superficie es a menudo poco compacto a causa del hielo. El grano se debe enterrar a 4-5 cm en la parte del suelo apisonada.
3. En los suelos resecados.
En cuanto a la densidad, debe tenerse en cuento el criterio de precocidad. Cuanto más tardía sea la planta, más hojas tendrá. Ese tipo de variedad, por lo tanto, podrá optimizar más fácilmente la captación de luz con una densidad de plantas por hectárea inferior. Por otro lado, los suelos ligeros responden mejor a una densidad superior de plantas por hectárea que los suelos más pesados.
Por último, cabe señalar que, en determinadas condiciones, el aporte de fertilizantes a la plantación (fertilizantes con efecto starter) puede resultar imprescindible en caso de primaveras largas y frías.
Desde hace unos diez años, la técnica del sembrado bajo toldo ha seducido a algunos agricultores. El toldo de plástico hace de invernadero, conserva la humedad de los suelos y protege contra los riesgos del hielo y los daños provocados por los fitoparásitos. Esta técnica permite proteger la planta hasta el estadio de 10 hojas aproximadamente. Para los agricultores que utilizan esta técnica, esta permite avanzar las cosechas e incrementar la productividad. No obstante, el coste de implantación es necesariamente mayor.
Fertilización, Nitrógeno
Como la mayor parte de las especies cultivadas, el maíz necesita elementos fertilizantes necesarios para su crecimiento. La fertilización es uno de los principales aspectos de la productividad. Es fundamental conocer bien las necesidades de la planta, los periodos de crecimiento en los que aparecen tales necesidades, así como lo que el suelo es capaz de aportar de antemano a fin de evitar los excesos de una fertilización excesiva.
Las necesidades de elementos principales como el nitrógeno, el fósforo y el potasio son determinantes durante la primera parte del ciclo, de la siembra a la floración.
Nunca está de más repetir que se deben aportar las cantidades de nitrógeno justas y necesarias en función de las necesidades de la planta y del remanente de nitrógeno del suelo. Las necesidades de la planta deben ajustarse en función del potencial de productividad que se fije.
Una primera aportación de nitrógeno en forma de fertilizante con efecto starter debe bastar al principio del ciclo, ya que efectivamente el maíz no absorbe nitrógeno al principio. Es a partir del estadio de 6 hojas cuando pasa a ser importante (15 días después de la floración). La aportación en dicho estadio será tanto más eficaz si la aportación de fertilizante es localizada.
Por lo tanto, se deberá priorizar una aportación fraccionada en las situaciones en las que la dosis necesaria supere las 100 unidades. En el caso de que no se garantice el aprovechamiento de la aportación a través del riego o el trabajo mecánico, las aportaciones deben concentrarse en el momento de la siembra.
Debe tenerse en cuenta que el maíz aprovecha muy bien el nitrógeno orgánico y, por lo tanto, es un recurso que no debe pasarse por alto.
Gestos apropiados para racionalizar la dosis de nitrógeno:
1. Determinar el objetivo de productividad (tener en cuenta la variedad, las características de la parcela, el itinerario técnico y el historial de productividad en función de su contexto)
2. Tener en cuenta la provisión de nitrógeno del suelo y el coeficiente de uso de fertilizantes
3. Fraccionar las aportaciones si existe una gran necesidad
Fertilización, Los oligoelementos
Las carencias de cinc y magnesio son las más clásicas, aunque a menudo las soluciones curativas foliares son eficaces en cuanto aparecen los síntomas. La mejor estrategia es una gestión a largo plazo. Deben realizarse análisis químicos del suelo con regularidad para aplicar las correcciones en las aportaciones de fondo necesarias.
Riego
El maíz es un cultivo con menor consumo de agua que la mayor parte del resto de los cereales. Es sobre todo más eficiente en el uso de este recurso. Sin embargo, la aportación de agua mediante el riego permite incrementar el rendimiento siempre que se identifiquen bien las necesidades de la planta en función de su fase de crecimiento. Asimismo, es necesario conocer bien la reserva útil del suelo, que desempeña una función de tapón a lo largo de todo el ciclo. Por último, es fundamental identificar las condiciones meteorológicas que inducen la evapotranspiración de la planta a fin de mitigar eficazmente sus necesidades.
El agua de riego es una aportación exógena. Comprender su disponibilidad y el coste que conlleva son condiciones sine qua non del rendimiento técnico y económico para el agricultor. Por lo que se refiere a los equipos, los enrolladores de riego resultan fáciles de usar para los agricultores porque son móviles y polivalentes. Están bien adaptados, pues, a las pequeñas concentraciones de parcelas. Los pivotes y las rampas, por su parte, deben priorizarse en las superficies muy grandes.
Por lo general, el maíz no tiene mucha necesidad de agua, o tiene muy poca, antes del estadio de 10 hojas, por lo que solo en caso excepcional deberá contemplarse el riego desde la siembra. Tras el estadio de 10 hojas, la necesidad de agua es cada vez mayor. Sin embargo, es entre el estadio de floración y de formación de los granos cuando la necesidad de agua es más elevada. En ese periodo clave, el riesgo de sequía es el más importante (meses de julio y agosto).
En un clima europeo «medio», se estima una necesidad de aproximadamente 5 mm al día para el periodo comprendido entre 3 semanas antes de la floración y 3 semanas después de la floración. En el caso de situaciones con mayor restricción de agua, las aportaciones deberán concentrarse alrededor de la floración.
Para ajustar de la mejor manera el riego y su activación, los agricultores tienen a su disposición métodos denominados de balance hídrico para definir las necesidades y sondas tensiométricas para evaluar el estado hídrico del suelo.
La elección de variedades y las distintas estrategias agronómicas también son elementos clave de la gestión de los recursos de agua a lo largo de todo el ciclo de cultivo. Las variedades recientes son, efectivamente, más resistentes a los periodos de estrés más largos.